Gracias a Dios, poseo dos títulos universitarios, el
primero, me da satisfacción; el segundo, el dinero para mis necesidades. El último
supera al anterior académicamente, hasta casi invalidarlo. Delante de mis jefes
y los demás, soy profesor, pero internamente y con mucho orgullo, Maestro.
Actualmente la palabra está es desuso, sin embargo creo
que es la que define con más exactitud lo que somos y hacemos. Ser maestro es
lo máximo. Mi Salvador, también era maestro, el mejor de todos.
Sentirse maestro, no depende de cuánto ganemos, de cómo
nos traten o del valor que nos den los representantes, los gobernantes o la
sociedad. Jamás el Estado tendrá para pagar la compleja labor docente. ¿Cómo se
le cancela un salario justo a quien trabaja todo el día? El mejor pago, es
estar frente al estudiante mientras aprende a leer, escribir o sumar. Valemos, por
la magnitud de la profesión que ejercemos, siempre vestidos de humildad y vocación.
No me puedo imaginar una sociedad sin maestros; estaría condenada a morir.
El maestro es un faro en medio de las densas tinieblas
que arropan al mundo entero. Su luz trae esperanza, paz, sabiduría, libertad, unión
y amor. Un maestro es un líder nato. Conduce a los niños a obedecer órdenes en
poco tiempo, a callar cuando es necesario y a hablar, con juicio crítico, verdades
que nadie se atrevería a pronunciar. Es tanta su influencia, que en algunos
aspectos el pequeño le dice a sus padres: “así no es, mi maestro dice que se
hace de esta forma”. También es capaz de
convencer a sus estudiantes que son personas muy especiales, que están capacitados
para lograr todo lo que emprendan, que todos somos iguales, que Dios los creó
con un propósito y que mamá y papá son maravillosos.
La tarea educativa va mucho más allá del pizarrón, el lápiz
y el cuaderno. El abrazo del maestro, da calor, amor, seguridad y confianza. Sus
manos detienen y secan lágrimas, calman fiebre, quitan dolor de barriga y de
cabeza, bajan chichones y sanan rodillas raspadas por una caída. Día a día, moldea
cada educando para ser una persona integral, reflexiva, sociable, veraz,
creativa, respetuosa y competente, preparada para ejercer la profesión u oficio
que elija en su adultez. Su Psicología hace perdonar, resolver conflictos,
aceptar al de diferente opinión, a cambiar o corregir conductas inapropiadas y que
los padres estén más pendiente de sus hijos. Su confiabilidad, lo convierte en
un confidente que escucha con empatía el problema familiar, lo del hermano
preso, la pela que le dieron el día anterior, la muerte de la abuela o de la
perra Canela. Sus palabras muestran el camino a la sociedad que todos debemos
tener. Solamente hablan de la verdad, valores, tolerancia, participación,
solidaridad, empatía y aceptación. No temen exponer su posición en contra de la
injusticia, el aborto, la discriminación, el racismo y el abuso y maltrato infantil.
Es tanto el amor por sus pequeños, que en ocasiones es mal interpretado y son
asumidos como padres, tíos o abuelos. Y en otras, el enamoramiento nace y se
llega a contemplar al docente con un amor romántico.
Los maestros marcan de manera tal a sus estudiantes,
que nunca son borrados de la memoria. Es frecuente oír expresiones como: “Quiero
leer como mi maestro” “quiero tener la letra como mi maestra” “Cuando sea
grande, quiero ser maestro”.
Esta maravillosa profesión, me ha dado las mejores
satisfacciones. Ver un niño escribir con éxito su nombre, sumar llevando, diferenciar
la “b” de la “d”, reconocer todas las letras del abecedario o saber contar
hasta el 10. Y qué decir, cuando sabe hacer el lazo del cordón de su zapato,
muda su primer diente, sonríe porque todas las restas estaban buenas, llega directamente a primera base, luego de
batear o patear la pelota o te regala un dibujo con la frase: “TE QUIERO MUCHO”.
La suma de todas estas experiencias me hacen inmensamente rico, supermillonario.
Por esto y muchas cosas más, vivo feliz. Primero, por
lo que soy, MAESTRO, y por lo que hago, formar generaciones para un mundo
mejor, el que nos merecemos.
Colegas: ¡FELIZ DÍA DEL MAESTRO!

