Cuando mis hijos estaban pequeños y
tenían problemas con algún maestro en la escuela, nuestra recomendación era
orar por él o ella. Al poco tiempo de la oración, se notaba el cambio. El mismo
principio lo apliqué cuando cursaba la materia Redacción de Textos, a la
profesora le tenían miedo y nadie quería ver la materia con ella. Hubo ciertos
roces las primeras semanas. Oré y sucedió lo solicitado. Después, le presenté
una poesía que había escrito, le gustó y al final del semestre quedamos como
amigos.
El Señor Jesús dijo: “Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que
os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan
y os persiguen” Mateo 5:44.
Las palabras de Cristo son una guía
para resolver situaciones incómodas. Muy cercano a nuestro círculo íntimo, hay
alguien problemático, tóxico, que nos calumnia, persigue, acusa, humilla o avergüenza.
Ese alguien puede ser la pareja, un hijo, un familiar, un vecino o un creyente.
Orad, pide Jesús. Al principio cuesta,
pero después se hace casi automático. Ver el cambio, vale la pena.
Cuando oro, veo a la persona de una manera distinta, la tolero,
siento compasión, siento su debilidad. Vivo en paz, con tranquilidad, sin odio,
ni deseos de venganza. No me afecta lo que haga o deje de hacer y evito hablar
mal de ella. ¿Así de fácil es esto? Bueno,
es un proceso. Primero, presentas tu rabia, decepción y dolor delante de Dios.
Luego, empieza la sanidad y comienzas a orar por sus necesidades, carácter,
problemas, debilidades, pecados, familia y salud. Se pide que le vaya bien y tenga
éxito en todo.
La oración es señal de perdón, cuando ésta
comienza, ya se ha perdonado de corazón. Lo más maravilloso de todo esto, es
que el cambio y mejoría, se manifiesta es en nosotros.
¿Alguien te hace la vida imposible? ¿No
lo soportas? Entonces ora.
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